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El objeto arquitectónico singular como obra de arte ambicionada.El Cat de Segovia

El objeto arquitectónico singular como obra de arte ambicionada. El caso del complejo para el CAT en Segovia.


“Es necesario no olvidar que ser arquitecto, artista o artesano implica una responsabilidad con la sociedad y que no es suficiente que nuestros ideales se cumplan únicamente dentro de una élite” (Oteiza)
En la segunda mitad del siglo XX, superadas las posguerras, se erige una sociedad en la que el día a día ya no gira en torno a la supervivencia, en la que emerge una nueva ilustración y acontece una crisis de valores. Los cambios sociales y tecnológicos mejoran el acceso al arte, su producción y su reproducción, y su consumo, como el consumo en general, crece y se alimenta de nuevas representaciones artísticas.

Banksy, Reino Unido

En esa sociedad, para la que el cólera ya no es el mayor de sus problemas, aparece cierta preocupación, cotidiana, por la estética, incrementándose su valor. De este modo, la producción en serie, heredada de la era industrial, incrustada en la sociedad del momento (aun no superada), se extiende al arte, y las representaciones artísticas saltan a la vida diaria, replicándose en forma de objetos cotidianos.

Latas de sopa Campbell

Pero como el arte camina delante de la sociedad, en esa vanguardia adquiere una postura crítica hacia el poder alienador de la seriación heredada. Así, en un intento de enajenarse de los cánones industriales de la repetición, al arte, que se replica una y otra vez, solo le queda, como elemento diferenciador de la fórmula, el artista, única entidad que puede diferenciar al objeto artístico, ideado en su vientre, como único.

Esto puede ejemplificarse, acotando mucho el hecho, a través del diseño industrial, que surge como idea, única, y, por tal, como objeto único, que, en cambio, parte de su ingenio consiste en poder ser replicado cuantas veces sea necesario, o productivo, por medios industriales. Pero esos objetos artísticos, que se replican, son únicos – en el vientre del artista.

Y la sociedad, acostumbrada a la seriación, al consumo en masa, valora su derecho a disfrutar del arte en los objetos cotidianos, objetos que, si bien siguen siendo seriados, son únicos, en el vientre del artista.



En conclusión, aparece el arte personalista. Cada pieza, replicada, es una pieza de autor.

En este panorama, la arquitectura, también, encuentra su condición vanguardista de arte; contradiciendo las décadas anteriores de seriación, de repetición, industrialización, de un movimiento internacional que augura la pérdida de identidad; en las obras arquitectónicas singulares, de autor, en las que el elemento diferenciador es el arquitecto. El resultado, una nueva forma de representación de la sociedad industrial, ya no vinculada a la repetición, sino como aliada de una arquitectura personalista, que se diferencia y que queda conectada con el vientre de su arquitecto.

Metropol Parasol Setas de Sevilla​

De este modo, en paralelo al crecimiento voraz y repetitivo de las ciudades, mucho más allá de sus márgenes, hasta donde la vista no alcanza, la estética urbana toma presencia a través de la singularidad de los objetos arquitectónicos enmarcados en un estilo único unificado en el vientre de su arquitecto. Y en medio de la depresión urbana se erigen perlas como el Guggenheim en Bilbao, una escultura urbana con la función pública, más allá de su función particular, de sanar la zona degradada sobre la que se asienta, meramente por su presencia, venciendo el arte.


Guggenheim Museum Bilbao  Frank Gehry
Pero la descontextualización y la ambición provocan que esta práctica caiga en la institucionalización ilustrada, y en un circuito ajeno al usuario y a la realidad urbana, poniendo el arte al servicio del poder.

Palacio de Congresos Calatrava Oviedo Asturias

De este modo, el territorio se salpica de objetos arquitectónicos desescalados, innecesarios, faltos de identidad, insostenibles, inexplicables, abandonados o, incluso, inacabados. Una presencia fantasma que cobra mayor relevancia cuando dialoga, o, al menos, se enfrenta, a un tejido urbano de un gran valor patrimonial, singular y contenedor de singularidades, como es el caso de Segovia, y su objeto arquitectónico singular ambicionado, el CAT.

El Círculo Artes y Tecnología (CAT) Segovia


De esta manera, el complejo de volúmenes sobreescalados del CAT, se abre camino, moderno, ajeno a la ciudad centenaria, ajeno a la ciudad milenaria, lejano, física y metafísicamente, a la realidad urbana. Una realidad urbana vieja, un objeto artístico íntegro, contenedor de otras singularidades, pero carente de autor, solo el tiempo y la ruina lo han labrado. 



Pero a esta ciudad vieja se le antojó una representación de su modernidad, para que no quepa duda de que, esta ciudad vieja, se posiciona del lado de la modernidad. ¿Es que no llega la alta velocidad a estos lares, cargada de posibilidades modernas? Como si de un deja vu se tratara, la ciudad vuelve a una ambición que se apoya, de nuevo, en la frágil línea del ferrocarril, al igual que lo hiciera a poco más de un siglo. Una ambición que nace ruina, una ruina reflejada en el complejo del CAT.

Y el “érase una vez” contaría que a Segovia llegarían a alta velocidad trenes cargados de artistas y científicos que se congregarían en una Segovia moderna, en una singularidad ¿reflejo? de esa ciudad. Una ciudad que ve pasar y parar los trenes rápidos, al menos bastante cerca, pero como “bastante cerca” no es suficiente, la singularidad se aproxima a la parada de los trenes, como en los grandes, importantes y modernos nodos de comunicación, donde todo ocurre y donde no ocurre nada, los no lugares que llaman. Y al aproximarse la singularidad al tren, la singularidad terminaría por sustituir la identidad de la ciudad vieja que se erige aparte, un poco más lejos, de esa nueva realidad que es la ciudad nueva de Segovia.

Pero la realidad es otra, el “érase una vez” no llegó, y la singularidad quedó inerte, tal vez ahora sí sea un reflejo de la identidad de esta ciudad varada, con una fortaleza en su proa, cansada de avanzar sin rumbo firme. Pero la singularidad inerte es estática, y, tarde o temprano, será asumida por el metabolismo de una ciudad a la que el paso del tiempo la ha enseñado a engañar a la entropía.


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